La primera parte del título de este blog resultó ser la consecuencia de un momento de reflexión con persona de mi cuidado sobre qué frase podría encabezar este sitio en el que yo quería «abordar la problemática diaria en la que se viene desarrollando el desempeño de la función pública«. En aquél momento de cavilaciones y especulaciones varias surgió el nombre de disfunción porque nos pareció lo contrario a función, aunque no deba entenderse estrictamente como su antónimo. Por entonces, la función pública era para mí un concepto que simbolizaba la irregularidad, el desorden, el caos y la descomposición de algo que, por ley (y por ética, también), debía ser todo lo contrario: orden, equilibrio, imparcialidad y rectitud, aunque bien es verdad que esta percepción fue el resultado de numerosos avatares laborales que dejaron mi ánimo profundamente maltrecho.
Y si la disfunción pública, entendida como un desarreglo en la actividad que llevan a cabo los órganos administrativos para cumplir con su finalidad, es dañina para los funcionarios y para los propios ciudadanos, no consigo imaginar qué sería la «no función pública». Suena raro, y tal vez nos recuerde al «feliz, feliz no cumpleaños» que le cantaban a Alicia en el país de las maravillas, pero es así.
De la función pública, pasando por la disfunción, se está llegando a la no-función. Y no es esta una sensación que pudiera derivar, como antaño, de un sentimiento de rencor alimentado por horribles experiencias, sino una realidad que está tomando cuerpo en los últimos años. Cada vez que a los funcionarios se nos desacredita y vilipendia surge paralelamente un sentimiento colectivo de regocijo y entusiasmo ante el castigo, ejemplar y merecido según algunos, a una pandilla de vagos y vividores. Cada vez que se congelan o reducen plantillas de personal se producen igualmente oleadas de ovaciones que vienen a corroborar lo acertado de tal medida, basándose en tópicos tan manidos como, por ejemplo, el de que nuestra economía no puede soportar ese exceso numérico de personas que a lo único que van al trabajo es a jugar al tetris, al solitario o a irse de rebajas.
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